Lo cierto es que lo que me ha impulsado a crear este blog es que hoy en día, por lo visto, para poder crearte una carrera escribiendo has de tener presencia en las redes para que tu potencial editor se anime a arriesgarse contigo gracias a tu gran número de seguidores. Vamos listos.
Como si todo el esfuerzo realizado hasta llegar a completar una novela no contara. La verdad es que hoy en día cualquiera puede ponerse a escribir, heme aquí, y lograr cierta notoriedad, así que es comprensible que las editoriales quieran ir sobre seguro. No obstante, como ni tengo contactos ni llegué a tiempo a lo de ser youtuber exiliado a Andorra, lo mejor que puedo hacer es escribir realmente bien. Eso sigue gustando, seas conocido o no.
Llevo dándole vueltas a muchas historias en mi cabeza años, muchos años, pero no fue hasta hace unos meses que conseguí llevar una de ellas a término. Efectivamente, escribía, pero nunca acababa. No era por pérdida de interés, sino porque quería hacer algo que me gustara de verdad y no lo podía conseguir escribiendo un día una hora, otro media, dos semanas después otra hora más... Cuando tienes un trabajo que te ocupa 9 horas más traslados y familia, no puedes ceñirte a un horario, por lo que acabas escribiendo de vez en cuando y así no hay manera de mantener el tono ni el ritmo ni siquiera recordar lo que ya habías escrito, con lo que el resultado acaba siendo malo y vuelves atrás, corriges, te olvidas, vuelves...
He leído y escuchado muchísimos consejos sobre cómo escribir una novela. ¿El mejor de todos ellos? Escribe hasta el final. Es decir, acaba. No te preocupes por lo que ya has escrito, ya habrá tiempo de revisarlo, pero, por favor, termina tu historia. Y así hice, pero ¿cómo conseguir no tener que reescribir toda la novela en estas condiciones? Yo apliqué un método.
De entre todas las buenas ideas que se pueden encontrar en Internet, cogí lo que mejor se adaptaba a mí y lo transformé. Tortugas Marinas fue una historia de ducha, es decir, cada vez que entraba en ella se me ocurrían cosas nuevas, así que se formó en mi mente mucho antes de que la llevara al papel. Tenía el principio y tenía el final, "sólo" había que rellenar el hueco. Creé las fichas de personaje y un esquema por capítulos en el que establecía a grandes rasgos lo que tenía que pasar en la historia. Así logré no desviarme y estar seguro de que lo que había escrito, aunque la inseguridad me atrapase, era, al menos, congruente, aunque hubiera pasado un par de días desde la última vez que escribiera.
Y acabé. En realidad, acabé dos veces. La primera, preso de la ansiedad por finalizar mi primera novela, lo hice sabiendo que habría de añadir bastantes cosas en los capítulos finales en la revisión, pero quería acabar. La segunda, en la revisión del borrador, en lo que fueron las dos semanas más intensas porque ya era lo definitivo y, además, me había propuesto presentarla a un concurso que cerraba a finales de septiembre.
El resultado es una novela juvenil, ligera, entretenida de la que estoy orgulloso que algún día publicaré y que a todo aquel que la ha leído le ha encantado, pero, en fin, qué se puede esperar de una madre si no.
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